Recordando viejos momentos.
Me sumerjo en mis pensamientos mecido por el suave sonido de las pequeñas olas del río Spree. Disparos que se escuchaban por aquí y por allá, ecos sordos de lo que algún día será historia.
Reúno a mis camaradas y recordamos a nuestro querido capitán, recordamos que su cuerpo de atleta estaba entre las ruinas de una ciudad malvada, recordamos la generosidad de éste pequeño amigo a la que vimos por primera vez en Minsk y recordamos en donde estaba su espíritu y su corazón... Alentando a cada uno de nosotros a seguir y luchar por nuestras vidas en esta matanza que ya apenas carecía de sentido alguno.
Después de esta pequeña gesta de honor seguimos descansando un poco más; unos bailaban alrededor del cálido fuego, otros fumaban cigarrillos; los últimos que quedaban.
Yo me hallaba en un árbol carcomido, inerte, sin alma. Saco un papel sucio lleno de tierra de la mochila, pienso unos minutos, lágrimas caían sobre mi rostro pero no se veían por que no lloraba yo, si no mis sentimientos desordenados al pensar lo que iba a escribir.
El lápiz estaba mojado y el papel también a si que lo puse en el fuego durante unos cuantos minutos hasta que puede ver que cogía un color amarillento pálido; era el momento de sacarlo y empezar a escribir con el lápiz que me preocupé también de secarlo poniéndolo junto al fuego... Todos me miraban y yo miraba a mi interior; nadie dijo nada, la balalaika animada no tocaba canciones de prados verdes ni de trabajadores felices yendo a sus trabajos maravillosos si no que tocaba un conjunto desordenados de notas tristes en donde el alma tocaba a penas sin quererlo. Sabía que lo que acababa de hacer, lo del papel nos lo enseñó nuestro capitán en Varsovia cuando los papeles que escribíamos se humedecían por el hielo y la nieve que allí reinaban.
"Truquitos de un hombre siberiano" decía con sorna y alegría al ver los intentos que hacíamos con el papel y como siempre se nos quemaba parte del mismo. Enloquecíamos, ya que no nos mandaban más papel hasta el próximo mes a si que nuestras madres, se tenían que conformar con 10 o 15 líneas escritas ya que la otra parte era inutilizable en su completa totalidad. Parecíamos niños de esos que salen de una wkona o escuela como dicen los occidentales, jugando, correteando sin preocupaciones de ningún tipo libres como un lobo en los Urales.
Nadie dijo palabra y yo me aparte a mi rincón del árbol donde empecé a escribir con el sonido de las metralletas, el cracateo del fuego de un coche que teníamos a penas a 500m y del suave mecer de las pequeñas olas del turbio rió que daban sobre el cemento desgastado y viejo donde nos asentábamos yo y mis compañeros.
Comienzo a escribir:
Querida Madre:
Me hallo en el frente Berlinés y no tengo ni idea de cuanto tiempo
estaré aquí. Ayer, nuestro capitán murió salvándome a mí en un
edificio que estaba a punto de caerse y derribar la vida humana
a todo el que se encontrara dentro. Oh querida Madre sucedió todo
tan pronto que a penas pude reaccionar para salvarle la vida.
Madre, el era un hombre bueno y con un gran corazón
¿Por qué Madre?, ¿Por qué él y no yo?
No sé nada de vosotros pero me imagino que
en el pueblo de Pudem se estará ya tranquilo.
Todavía puedo visualizar aquel lago frente a nuestra casa, ese
lago maravilloso que de pequeño me atraía y en donde vosotros
os enfadabais no sé si era por miedo o por que parecía
que estaba loco jugando en tan fina capa de hielo.
Milenka, no desesperes hermanita, pronto volveré
a verte y me podrás abrazar tantas veces como desees.
Es una lástima que papá no esté con nosotros y mi lágrimas
se desesperan al saber que no lo está leyendo.
¿Te acuerdas mi pequeña? ¿Te acuerdas cuando tu decías
que querías el mejor vestido para impresionar a los chicos
de Pudem? ¿Te acuerdas los bailes que hacíamos en el granero local
y la manera tan graciosa que tenías para que los chicos se
fijaran en ti? Todavía me acuerdo, teníamos un trato yo, disimuladamente
tenía que poner una zancadilla y tú hacías como caías y los chicos te
ayudaban y mientras tanto se metían conmigo por caerte y me
echaban pero con una gran sonrisa por que sabías que tú eras
feliz. De todo eso me acuerdo y de más Milenka.
El vestido, el vestido lo tengo en mi mochila. Es precioso;
el mejor vestido de seda que he visto en mi vida digna de una
zarina como tú.
El vestido, el vestido lo tengo en mi mochila. Es precioso;
el mejor vestido de seda que he visto en mi vida digna de una
zarina como tú.
El papel se me acaba, las manos se me congelan y los disparos se
acercan cada vez más.
Dad recuerdos también a Shasha y decidla que el colgante
que ella me regaló todavía lo tengo aquí, al lado de mi pecho izquierdo.
Esta carta os llegará con muchísimos días de retraso pero quiero que
sepáis que en cada latido, en cada pensamiento y en cada paso
que doy, no paro de pensar en vosotras dos mis pequeñas querubines.
Que Dios te bendiga Milenka (Mi pequeña).
Que Dios te bendiga Oleshia. (Te quiero Mamá).
Te amo Shasha.
Berlín, 28 de Abril de 1945.
Con gran pena y pesar recordando cada una de las palabras que describían los hechos reales en ese pequeño pueblo que durante más de 19 años habité, me levanto; pensando en el día en el que iré a la región de Udmurtia y más a Pudem que es mi pueblo natal. Yo vivo en una casa frente al gran lago helado, no es muy grande pero tampoco es pequeña; recuerdo la reunión de vecinos que teníamos todos los domingos y como hacíamos merendolas y fiestas hasta bien entrada la noche al lado de la chimenea con la señora Masha que era la que preparaba los mejores bollos de toda Udmurtia. Tenía 98 años cuando murió y lo hizo en mi casa como no, cocinando una tarde de esos domingos; al día siguiente, hicieron una reseña de madera xerografiada en el centro de la ciudad y más tarde una tienda de bollería que dirigía una chica joven llamada Sasha a la que estaba y estoy locamente enamorado. Shasha es preciosa; su piel tenue, tersa y aclarada brilla a la luz de la luna llena y su cuerpo perfectamente estilizado y firme; parece sacado de los libros más fantasiosos venidos del lejano oriente que nos contaban de pequeño. Siempre la he relacionado con un cuento llamada "Tashmin, la perla única". Recuerdo que era sobre un sultán que tiene un hijo déspota y feo y una hija preciosa a la que llamaron la perla única. Cuando su padre murió, delegó en ella todas sus funciones pero el hermano; carcomido por la envidia de tan espléndida belleza le quitó del trono y en su lugar se puso el como legítimo soberano teniendo un plan para matar a la chica por la noche en su habitación; un soldado, que oyó el plan corrió a decirle que corría gran peligro y que debía esconderse en la gran ciudad. Cuando el plan del hermano fracasó, se enteró de por culpa de ese soldado su plan malévolo había fracasado y encontró a la pareja los encarceló y los ajustició en la hoguera. El cuento decía que las gentes abucheaban a la pareja y que cuando prendieron fuego la pareja se dio un último beso de amor y acto seguido el cuerpo de la muchacha se desintegró en pequeñas perlas de los colores más hermosos que el mundo había visto y que el soldado se transformó en diamantes tan brillantes a la luz del sol que los mercaderes de camellos que por allí pasaron corrieron al centro de la ciudad al ver tanta luminosidad junta, tan bella, tan exuberante, tan misteriosa... El gentío que allí se hallaba se agolpaban alegres y contentos intentando coger las perlas y los diamantes pero cuando eran alcanzados por una mano codiciosa las perlas y los diamantes se deshacían convirtiéndose en arena.
Se dice que sólo hay una perla y un diamante y que están enterrados juntos en el lugar de la ejecución. La hermana encontró un amor verdadero, un amor basado en la ternura, valentía y bondad, un amor infinito.
Recuerdo que ella me lo contó una noche de media luna, frente al lago. Recuerdo como brillaba su pálida piel y como sus ojos azabaches tenían una extraña luminosidad quizás por el reflejo del lago, quizás por el reflejo de la luna que nos espiaba pero sólo sé que esa noche, le dí el primer beso. También recuerdo que no nos volvimos a besar nunca más porque mis padres y los suyos nunca aprobaron nuestra relación, solamente; el día de mi partida, me dio en el andén de tren el colgante que llevo en el pecho. Fue todo muy rápido; pasó por allí llevaba las manos metidas en los bolsillos y cuando pasó a mi lado cayó a posta el colgante. Sabía que era para mí por la sencilla razón de que estábamos nada más que tres personas en ese andén. Ni siquiera me miró sólo pasó de largo y se fue por el camino que llevaba de la estación al pueblo andando. Adivinad que había en el colgante, sí; una perla sacada la noche anterior por ella misma del lago del pueblo.
Con las lágrimas a punto de saltar pronuncio la orden de desmontar el campamento y ubicarnos donde estábamos antes de saltar al río.
Todos mis camaradas estaban tristes... Supongo que cada uno tiene sus propios fantasmas del pasado y que cada uno lidia de una forma u otra con ellos a las espaldas... Para mí no son fantasmas si no vagos recuerdos que mi mente archiva en un rincón y que sólo se despiertan cuando mis sentimientos y mi alma lo necesitan.
Camino por una pequeña calle al frente de mi pequeño pelotón...todavía no puedo dejar de pensar en Madre, Milenka, Padre, Sasha y todos los que allí recuerdo y los que quiero. Cabeza alta, hacia la victoria; mascullé en voz baja.